Pagado y servido
Poesía, muy a gusto personal, debería ser una palabra opaca y jamás reflejar algo, ni la más ínfima luz. En síntesis, la palabra más negra de todas: Una esfera que desborde su rígida, y a la vez, caótica silueta. Un círculo que estira su mano más franca para decirnos que es imperfecto, mientras con la otra vocifera nuestra propia deformidad. Poesía debería ser, muy a gusto personal, un paradigma terminado, un sueño olvidado y una perfecta paradoja. La poesía, muy al alcance de la mano, es elemento más abundante del universo, y a la vez, un gas hilarante que asfixia más angustiosamente que el vacío... casi, pero por un pelo casi más rápida que la luz. Un jabón que nunca se gasta, una toalla que siempre está seca, una sábana que jamás se arruga. La poesía de seguro está dentro de mí, pero aún no la encuentro, me aterra la idea de que no exista... Me resguardo plácidamente de ella en la azotea, siempre enterrado en este subterráneo invertido; todo al revés. Porque en realidad me encantaría poseerla, usarla hasta el hastío y ofenderla hasta que me escupiera el rostro entre risas y jadeos y no ver brillo alguno en sus ojos blanquecinos, opacos, perdidos... y los poetas, como decía Rodrigo, expertos manipuladores del lenguaje.
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