Rescoldo
-Sírvase una copita Mauricio, tengo que hacerle un encargo y puede tomarse el día libre mañana.
El jefe ya había abierto cuatro botellas de vino a eso de las tres de la tarde. Nunca permitía que Fabián, el botones, le retirara las botellas de la mesa contigua y se las llevara a la cocina. Le decía giñandole un ojo que las dejara ahí mismo "pa que no se note pobreza". Así los pasajeros y compradores habituales siempre encontraban un motivo para dejar las maletas en el hall y tomar asiento junto a Ernesto, que iba anotando los temas de conversación que había sostenido con los demás al desayuno, al almuerzo y en el café que alargaba la sobremesa. El dueño del hotel los Nogales era un personaje connotado de la socialité de corcho y mantel. Se levantaba bien temprano; antes de que empezara su matinal favorito donde se informaba de la parrilla de actualidad -¡este programa es un concentrado!- exclamaba jocoso
-Yo empecé igual que tú, en la recepción. Este hotel me atrapó de tal forma que tuve que convertirlo en mi pequeño idilio; a veces me dan ganas de mandar a hacer un giratorio como el de Provi aquí fijate, por que casi ya ni me muevo del escritorio y ya me tiene aburrido mirar el edificio de enfrente-.
Todas las mañanas comenzaba por pedir una cazuela sin presa cuando llegaba Fabían en la camioneta pastelera desde Pomaire con las tortillas al rescoldo.
-Por la mañana la ley duerme Mauricio, este viaje hay que pegárselo a las cinco de la mañana. Así el día comienza fresquito y uno se acuesta más temprano- me decía Fabián cuando lo acompañaba a veces al itinerario de los pancitos, no sin antes cumplir infinitas labores que iban haciendo añico los meses . En ese momento yo era el empleado más versatil y ocupado en el hotel. Casi por compasión Fabián me sacaba a tomar el airesito marino, que nunca era plenamente marino, por que como había averiguado, ir a Pomaire era solo la mitad del viaje a la costa; con el pasar de los meses tuve que saciar las ganas de mar y nostalgia cada vez que me tenía un par de días libres con cinco lucas para ir y volver; siempre rezando el verso que, paradógicamente, la musa había dedicado a mí; poeta a la intemperie: "Date por completo a la quimera"
Fuimos un día de invierno a buscar las dichosas tortillas y al emprender el regreso desde el ostentoso horno de barro de la tía Carlita, enclavado en uno de los restaurantes del pueblito artesano. Nos detuvo un control del tránsito cuando recién amanecía.
-Yo empecé igual que tú, en la recepción. Este hotel me atrapó de tal forma que tuve que convertirlo en mi pequeño idilio; a veces me dan ganas de mandar a hacer un giratorio como el de Provi aquí fijate, por que casi ya ni me muevo del escritorio y ya me tiene aburrido mirar el edificio de enfrente-.
Todas las mañanas comenzaba por pedir una cazuela sin presa cuando llegaba Fabían en la camioneta pastelera desde Pomaire con las tortillas al rescoldo.
-Por la mañana la ley duerme Mauricio, este viaje hay que pegárselo a las cinco de la mañana. Así el día comienza fresquito y uno se acuesta más temprano- me decía Fabián cuando lo acompañaba a veces al itinerario de los pancitos, no sin antes cumplir infinitas labores que iban haciendo añico los meses . En ese momento yo era el empleado más versatil y ocupado en el hotel. Casi por compasión Fabián me sacaba a tomar el airesito marino, que nunca era plenamente marino, por que como había averiguado, ir a Pomaire era solo la mitad del viaje a la costa; con el pasar de los meses tuve que saciar las ganas de mar y nostalgia cada vez que me tenía un par de días libres con cinco lucas para ir y volver; siempre rezando el verso que, paradógicamente, la musa había dedicado a mí; poeta a la intemperie: "Date por completo a la quimera"
Fuimos un día de invierno a buscar las dichosas tortillas y al emprender el regreso desde el ostentoso horno de barro de la tía Carlita, enclavado en uno de los restaurantes del pueblito artesano. Nos detuvo un control del tránsito cuando recién amanecía.
-Buenos días mi cabo. Fabián parecía más contento de lo normal.
-Buenos días caballero, muestreme sus documentos.
-Tome, y oiga ¿no quiere un trocito de tortilla? vienen "calientitas".
Le estiró la mano haciendo un gesto de vehemencia. El policía atendió inmediatamente el mensaje.
-¿Así que usted es el socio de las tortillas?
-Yo tampoco lo había visto a usted ¿es nuevo?
-En este turno sí
-Ah, no hay problema, veo que le advirtieron en la comisaría.
-Me dijeron eso si que usted andaba solo ¿quien es el flaco? Me apuntó estirando la trompa.
-Es el goma nuevo ¿no ve lo peinadito que lo traigo?- sonreía fantoche.
El oficial le devolvió los documentos con una gran sonrisa.
-¿Y no me va a dar a probar de la tortilla?
-Si pudiera compadre... Me la trago entera y me voy pa Europa... pero me da julepe
pero si usted debe saber que Don Ernesto luego se acuerda de los aguinaldos. quédese tranquilo.
En ese instante comenzaba a moverse el ridículo furgón mientras la cumbia en la radio transformaba el alba un simbólico reinicio del jolgorio constante gracias al mágico rescoldo convertido en tortilla.
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