Palimpsestos
Esta es la única pertenencia que tengo de mi abuelo. La libreta verde es casi tan vieja como la sartén de las frituras. En ella están escritas las historias sobre su paso por la cárcel. Una vez, cuando leía a Manuel Rojas, lograba fantasear con los delincuentes de poca monta que vestían como italianos. En algún momento pensé que eso en verdad existía. Una vez leída la libreta encontré algo más que verdades. Y era ciertamente extraño aquel relato entrecortado. Puesto que la libreta llegó a manos de mi abuelo totalmente usada; no quedaba más espacio en ella que los márgenes. Las torturas eran atroces, aquel ínfimo espacio en los márgenes parecía el único lugar más digno para registrar los crímenes de los que era víctima; cuando el tata ve una batería de auto hoy en día no puede disimular la manera en que aprieta los dientes hasta hacerlos castañear.
Bueno, la historia de mi abuelo ya la conoces. Es larga y triste, pero ya estamos todos mejor. La primera historia, lo primero que se escribió en la libreta es lo más curioso de todo. Es una tira de poemas de amor, una prosa empalagosa que daña los ojos en la lectura. Cuenta aquella historia la apoteosis de un cariño desde que este se engendra hasta la nota de suicidio de la encantadora y enamorada dama. Tal y como me imagino las historias de Sor Juana en un tiempo inexistente donde ella era la concubina de un gran embajador. Fue esa misma historia tan patéticamente romántica y sonámbula la que le permitió a la libreta permanecer viva y oculta con sus palimpsestos hasta el día de hoy. Justo antes de morir el tata me dijo que aquella nota no pertenecía a nadie que yo conociera, pero que aquella muerte imaginaria había evitado la suya en la humedad lúgubre de las salas de tortura. La libreta posee numerosas manchas de sangre (...) sólo en las tres últimas páginas.
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