Extraño y transitivo
No dejaban subir a nadie. Eran, de todos modos, visitas breves y sobrias. Solo agua mineral. Luego, al bajar, los gordos desencorbatados se animaban a beber con don Ernesto, mi jefe, que estaba dispuesto a hablar de lo que fuese ya sea en inglés, portugués, alemán o francés... Aunque, en ocaciones, ya no pudiera articular siquiera una miserable idea en el vaího púrpura que emanaba de su boca teñida del mismo color.
Morado y duro se iba el señor Takaoka. Yo lo llevaba en su propio mercedes por algo así como dos cuadras desde el hotel hasta la embajada. Su mascota, un ganso blanco con perfecto moño rojo en el cuello, nos salía a recibir. Antes de retirarme revisaba el posa vasos de la puerta izquierda trasera. Siempre lo mismo: uno de veinte y una guatona con moño; en definitiva, una ínfima y despreciable parte del botín. Volvía caminando a paso ligero; Al poco andar, corría bajando por El golf... ansioso.
Morado y duro se iba el señor Takaoka. Yo lo llevaba en su propio mercedes por algo así como dos cuadras desde el hotel hasta la embajada. Su mascota, un ganso blanco con perfecto moño rojo en el cuello, nos salía a recibir. Antes de retirarme revisaba el posa vasos de la puerta izquierda trasera. Siempre lo mismo: uno de veinte y una guatona con moño; en definitiva, una ínfima y despreciable parte del botín. Volvía caminando a paso ligero; Al poco andar, corría bajando por El golf... ansioso.
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