17.10.10

Tere y Pato

Las cosas acá en la villa se cuentan de una. No se anda con rodeos ni se dice más de lo que hay que decir. El resto es verborrea, parecido a un flaite aleteando. El asunto es que la Tere estaba con el Pato como de los quince, y bueno, se habían conocido en el pueblo hundido a eso de las tres de la mañana. Siempre los unió esa eterna ansia de no dormir, de amanecer en las esquinas, de recolectar latas, de guardar las cenizas y el aroma a goma calcinada que emanaba de sus torpes movimentos cuando buscaban un poco de luz solar para dormir.

La cosa se puso cuesta arriba cuando llegó la Mili, claro, no estaba en la mejor cuna del mundo. Tere y Pato supieron congeniar el tedioso acto de empaquetar con los largos trayectos que realizaban todos los días a la hora de ir a buscarla al jardín, al colegio. Hubo abundancia, dañina abundancia. La Mili creció en un santiamén.

Todos están de acuerdo en el funeral de la Tere que la pasta es mala. Todos se lamentan, todos lloran por la pasta, todos duros como mármol. Se dijo en un principio que había muerto por culpa del cáncer... sí, a los pulmones; yo la recuerdo los últimos días cuando se pegaba los pipazos con el salbutamol en la mano y tosía hasta los buenos sentimientos. Ya después le vinieron los dolores y todo eso que usted ya sabe. Pero dicen las malas lenguas que el día antes de morir, en la noche, el Pato se aseguró con una promo de "50 pesos". Cuando alguien sale del pueblo hundido con tal cantidad siempre todas las gárgolas se enteran. Algunos como yo piensan un una sobredosis... la mismísima Tere lo debe haber mandado a comprar esa noche... los dolores, la nostalgia, el olvido... ¿qué sé yo?