23.10.13

El hombre europeo y la destrucción de las naciones

El comercio y la industria, el  cambio de libros y de cartas, la comunidad de toda alta cultura, el rápido cambio de lugar y de país, la vida nómada, que es actualmente la de todas las personas que no poseen terreno propio, todas estas condiciones entrañan necesariamente el debilitamiento, y al fin la destrucción de las naciones, por lo menos las europeas, si bien es cierto que debe nacer de ellas, por causa de cruzamientos continuos, una raza mezclada, la de los hombres europeos. A este fin se opone actualmente, a sabiendas o no, el exclusivismo de las naciones por la producción de las enemistades nacionales, pero la marcha de esa mezcla no camina por eso menos lentamente, a pesar de todas las corrientes contrarias momentáneas; este nacionalismo artificial es, por lo demás, tan peligroso como ha sido el catolicismo artificial, pues es por esencia un estado de restricción, impuesto por un pequeño número a la mayoría, y tiene necesidad de la farsa, de la mentira y de la violencia para mantener su crédito. No es el interés del mayor número (de los pueblos), como se ha dado en decir, sino, antes que todo, el interés de ciertas dinastías, y después el de ciertas clases del comercio y de la sociedad, lo que conduce a este nacionalismo; después que se ha conocido tal hecho, no se debe temer llamarse solamente buen europeo, ni trabajar en pro de la fusión de las naciones, a lo cual los alemanes pueden contribuir muy bien por su vieja cualidad probada de ser intérpretes e intermediarios de los pueblos. Sigamos adelante: todo el problema de los judíos no existe sino en los límites de los Estados nacionales, en el sentido de que en ellos su actividad y su inteligencia superior, el capital de espíritu y de voluntad que han ido acumulando, debe llegar a predominar generalmente en una medida tal, que despertará el odio y la envidia hasta el punto deque en todas las naciones de hoy, y con toda mayor fuerza cuanto mayor se su nacionalismo, se propaga la impertinencia de la prensa, que consiste en llevar a los judíos al matadero como a machos cabríos, emisarios de todos los males públicos y privados. Cuando no exista la cuestión de conservar o establecer las naciones, sino la de producir y educar una raza mezclada de europeos tan fuerte como sea posible, el judío será un ingrediente tan útil y tan deseable como cualquier otro. Toda nación, todo hombre tiene rasgos desagradables y hasta peligrosos; es, pues, barbarie creer que el judío constituya una excepción. Puede ser que sus rasgos presenten un grado particular de peligro y de horror, y puede ser también que el joven usurero judío sea en suma la invención más repugnante de la raza humana. Pero a pesar de todo, yo quisiera saber cuánto, en una recapitulación total, se debe perdonar a un pueblo que, no sin falta de todos nosotros, ha tenido entre todos los pueblos la historia más penosa, y al que se debe el hombre más digno de amor (el Cristo), el sabio más íntegro (Spinoza), el libro más poderoso y la ley moral más influyente del mundo. Por otra parte, en los tiempos más sombríos de la Edad Media, cuando el telón de las nubes asiáticas pesaba terriblemente sobre Europa, fueron los librepensadores, los sabios, los médicos judíos los que sostuvieron la bandera de las luces y de la independencia de espíritu, bajo la dominación personal más dura, y los que defendieron la Europa contra el Asia; a sus esfuerzos debemos en gran parte que una explicación más natural del mundo, más razonable, y en todo caso libre del mito, haya podido lograr la victoria, y que la cadena de la civilización que nos ata a las luces de la civilización grecorromana haya podido no ser interrumpida. Si el cristianismo ha procurado orientalizar el Occidente, el judaísmo ha contribuido a occidentalizarlo de nuevo; lo que equivale a decir en cierto sentido, que ha hecho de la misión y la historia de Europa una continuación de la historia griega.



Friedrich Nietzsche / Humano, demasiado humano